En la llamada que hace Jesús a sus primeros discípulos va implícito el verdadero significado de esa particular llamada: “Crean en el Evangelio” (Mc 1,15). La invitación de Jesús es a ponerse en camino, Jesús que llama siempre está en movimiento, su propuesta es a recorrer el hermoso camino del Evangelio con Él: “Vengan comingo” (Mc1,17); son invitados a seguir paso a paso el camino que Jesús ya ha recorrido: “Y ellos dejándolo todo lo siguieron”.
En el camino discipular que cada uno de nosotros recorre junto a Jesús, uno de los signos más maravilloso es la felicidad del agente pastoral, que brota indudablemente, del tener un rumbo claro en su vida con el que adquiere cada día más una coherencia entre lo que piensa y lo que hace. Su vida está enfocada en hacer el bien y esto lo conduce a la plenitud de vida, a la felicidad.
Aquel que ha experimentado esta clase de felicidad es capaz de compartir su experiencia, como lo dice nuestro propósito en el plan Pastoral: “Compartir la experiencia, la fidelidad y la plenitud de vida que brota del encuentro con Jesucristo”, signo de un progreso en el caminar, porque todo lo que crece en la vida espiritual necesita absolutamente de la alegría.
Dios nos ha regalado una vocación santa, no por nuestras obras sino porque Él así lo ha querido; nos ha regalado el don de la fe cuando hemos tenido un encuentro especial con Él y nos ha dado el don del Espíritu Santo, su fuerza y su amor para anunciar el Evangelio hasta dar la vida si es necesario. Como agentes pastorales nos corresponde cultivar la vida interior para tener ilusiones, alegría y buen humor; ser ejemplo de generosidad, capacidad de escuchar, saber dar confianza y la obligación de ser feliz pues es la única manera de hacer vida los dones que Dios nos ha regalado.
La felicidad depende de cada uno y es también, fruto del esfuerzo porque es la realización de un proyecto personal, requiere de un cambio de actitud teniendo la certeza que siempre podemos ser felices. Sin alegría es imposible irradiar la vida nueva que Jesús nos regala. Hay que valorar siempre los dones personales que puestos al servicio de los demás se convierten en carismas que hacen crecer la vida de la Iglesia, nuestra vocación es entregarnos a hacer el bien.
La alegría no son las carcajadas que podemos “echarnos” en algún momento, porque podemos encontrarnos con personas que pasan riéndose pero que cuando uno las conoce se da cuenta de que que no son felices, tienen muchos resentimientos, viven su propia vida sin interesarse por los demás, y es que la felicidad está muy relacionada con lo que damos a los demás.
Cuando alguna vez se ha pensado en dejar “todo botado” es porque no se hacen las cosas con alegría, hay que recordar que la alegría es indispensable para la vida espiritual. La alegría del agente pastoral es signo de respuesta a la vocación y es un lazo que puede unir a nuestras comunidades, ella nos dará el impulso para seguir viviendo y sirviendo con generosidad. Lo decía San Pablo a la comunidad de Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor» (Flp 4, 4), a pesar de que él estaba viviendo momentos de persecución pues la alegría del cristiano no radica en el puro optimismo, en la seguridad del bienestar material ni en la alegría de ser joven y tener salud; más bien es fruto del encuentro personal con Dios en lo profundo del corazón.
Son muchos los motivos que tiene el agente pastoral para estar alegre en las acciones que realiza, pero también requiere de esa alegría para que lo que realiza sea fructífero.
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